29 Ene, 2023
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Columna de
Facundo Cuadro
El globalismo como ideología de la reforma.

Autopsia a la escuela republicana (III)

La reforma educativa tiene un claro trasfondo globalista. Tiene sentido: está impulsada por los organismos plutocráticos del Nuevo Orden.

Bandera al revés en edificio de la ANEP. Militarmente la bandera puesta al revés indica que el lugar fue tomado por el enemigo y hay rehenes dentro. Hoy el enemigo globalista ha tomado la educación pública.
Bandera al revés en edificio de la ANEP. Militarmente la bandera puesta al revés indica que el lugar fue tomado por el enemigo y hay rehenes dentro. Hoy el enemigo globalista ha tomado la educación pública.

El globalismo como ideología de la reforma.

Se demoró, pero he aquí al tercera entrega de “autopsia a la escuela republicana”. En la primera intentamos dar luz sobre algunos preceptos pedagógicos que sirven de guía para los reformistas. En la segunda nos centramos en el aspecto político económico de la cuestión y concluimos que esta reforma responde a un mandamiento asumido con los prestamistas, más que a una iniciativa del gobierno o del Estado Uruguayo. Vamos por la tercera parte. Aquí la idea es un poco más osada, a saber, se pretende ahondar en cuáles son las ideologías que están implícitas en los nuevos programas de la reforma educativa.

 

Ideología, ¿eso qué es?

No vamos a ponernos a citar autores para explicar a qué nos referimos cuando hablamos de ideología, aunque aquellos más leídos sabrán de donde se ha bebido para alcanzar esta definición. Vamos a definir a la ideología como un conjunto de ideas y conceptos con apariencia de verdad que son implantadas desde instituciones culturales y políticas. Muchas tienen como finalidad mantener el status quo en cuanto son promovidas, subrepticiamente, por los poderes establecidos. La ideología se presenta en nuestras prácticas cotidianas, en nuestros modos de habla y hasta en nuestro “sentido común”. Se transforma en una falsa consciencia. Algunos iluminados plantean que estamos en la era post-ideológica, pero es una trampa: las ideologías no se abolieron, no desparecieron, pues la historia no terminó -como afirman algunos liberales trasnochados-. Lo que pasó es que todo ha terminado siendo consumido por el sistema, hasta las ideologías. La ideología no es tan solo un aparato del Estado, sino que lo trasciende. Incluso podríamos asegurar que muchas de las ideologías que son promovidas por los propios aparatos estatales van en contra de los intereses del Estado-Nación (cosa que tiene sentido si, como afirmamos, el Nuevo Orden busca la desaparición de los Estados-Nación). Y sí: la laicidad -aceptando que tal cosa alguna vez existió- se ve corrompida.

Vamos a destacar tres ideologías como estructurantes de la reforma: el globalismo, el cientificismo y la ideología de género. Para no hacer esto tan denso en este artículo solo vamos a tratar la primera.

 

Ciudadanía global, local y digital.

El globalismo es aquella ideología que reclama la necesidad ineludible de un gobierno global, centralizado y tecnocrático, porque afirma que los Estados nacionales son incapaces de gestionar sus territorios y cumplir las obligaciones de salvaguardar el planeta de una catástrofe medioambiental inminente. No es de extrañar que una reforma que se argumenta citando los planes de instituciones globales y está financiada mediante contratos con organismos multilaterales de crédito tenga un trasfondo globalista. Esta reforma se sustenta en la Agenda 2030 de la ONU (como bien explica nuestro compañero Grafitero en esta Columna) y se costea con deuda pública que pagarán futuras generaciones a banqueros y oligarcas usureros.

En el primer artículo nombramos el peso que los reformistas dan a las competencias. Las competencias serían aquello que se pretende inculcar en el alumnado, no como un saber, sino como un saber-hacer o incluso un saber-ser. Una de las competencias por las que la reforma se preocupa es el de “Ciudadanía global”, a las que equipara con “ciudadanía local” y “ciudadanía digital”.

Siguiendo con la agenda de la desaparición de los Estados, la destrucción de la ciudadanía se da desterrando el concepto de su espacio de actuación, de su sentido, de su esencia. Nosotros (Uruguayos, Orientales) somos ciudadanos de un Estado-Nación, y así lo estipula el artículo 77 de nuestra Constitución: “Todo ciudadano es miembro de la soberanía de la Nación (…)”. La soberanía radica en nosotros como ciudadanos del Uruguay, como miembros de una comunidad que tienen voz y voto, derechos y responsabilidades. La ciudadanía es, efectivamente, la garante de la democracia. La existencia de la ciudadanía es conditio sine qua non para la existencia de la democracia. Pero la ciudadanía “a secas” no la ciudadanía global, ni la local, ni la digital. Agregar a ciudadanía esos adjetivos tiene la clara intención de sacarla de su órbita, desenfocarla, desnaturalizarla.

El ciudadano global no tiene ningún vínculo especial con su lugar de nacimiento. Vale decir que no somos ciudadanos del mundo, pues vivimos en una territorio que tiene límites, instituciones, caracteres culturales determinados, costumbres, y tradición. El planteo del “ciudadano del mundo” presupone un hombre sin patria, sin pasado y sin futuro. Presenta un sujeto cosmopolita vacío, a llenar por lo que el mercado y el sistema de consumo y espectáculo le venda. ¿Cómo podría a ese sujeto importale lo que sucede en su país? No puede. El ciudadano global está en las antípodas de la Identidad Soberana. Esta reforma pretende, conscientemente, la formación del prototipo de este ciudadano del mundo al eliminar de la currícula contenidos que tienen que ver con Uruguay. No es inocente la eliminación de geografía de tercer año, único curso en toda la trayectoria educativa que, al menos por dos horas semanales, tenía como fundamento el conocimiento de nuestro territorio. Por la misma línea va la eliminación de contenidos referidos a historia nacional en los cursos de Historia de secundaria, o la eliminación de los cursos de literatura uruguaya en el profesorado de literatura. La misión propuesta es desterrar lo que somos y lo que fuimos, para que no tengamos, como ciudadanos, con qué identificarnos. Y de esa forma no podamos proyectar un futuro, porque sin conocernos y sin conocer nuestro pasado nos quedamos varados en un presente agobiante.

El ciudadano local es el que solo vive en su entorno más próximo. Como individuo ha podido apropiarse nada más que de ese, su espacio conocido. Primero su casa, luego su barrio y, si lo hay, el trayecto de la casa al trabajo y del trabajo a casa. No tiene preocupaciones que vayan más allá de lo que pasa en estos territorios. Y, condicionado por los mecanismos globales, tampoco puede hacer nada para modificarlos en profundidad. Y no entiende el por qué. La dialéctica de Estados y de Imperios le es ajena, así como le es ajena la trama de las corporaciones económicas. El ciudadano local es aquel que, encerrado en su pequeño reducto, termina culpándose y psicologizando los problemas sociales de su entorno. La ciudadanía local pone el foco en el sujeto en su entorno inmediato y genera un esquema de moral de la culpa y autoexplotación. ¿Tu casa, tu comunidad, tu barrio, está mal? Es porque vos no hacés nada para cambiarlo, o al menos no hacés lo suficiente. Es tu responsabilidad.

El ciudadano digital es el ciudadano del metaverso. Hemos intentado explicarlo en otros espacios, pero aquí va de nuevo: el metaverso es, en realidad, una ideología en sí misma, que deberíamos renombrar como “metaversismo”. El metaverso no implica ningún salto tecnológico, no hay un invento nuevo sobre el tapete, sino que es una nueva postura frente a la tecnología existente. El metaversisimo es la ideología que presupone la superioridad del mundo virtual por sobre el mundo real. Propone que el mundo real sea un adyacente a la realidad virtual. Los argumentos son simples: es en el mundo virtual donde el humano tiene más potencial de interactuar con otros (rompiendo las barreras espacio-temporales), donde tiene más posibilidades de crear en definitiva: donde es más libre. El progreso tecnológico logra el gran deseo de la modernidad de romper toda limitación, hasta las impuestas por la propia naturaleza -se cumple de esta forma el ineludible thelos del progresismo-.

En el metaverso puedo ser cualquier cosa, adoptar cualquier máscara, siempre que respete las leyes que allí rigieren, como buen ciudadano. Frente al fin del trabajo que supone el advenimiento de la inteligencia artificial, el metaverso sería el único reducto en el que un humano alienado (ya no por su trabajo sino por la falta de él) encontraría sentido. Así la ciudadanía digital prepara para la vida en el metaverso, que trae aparejada la censura, la dictadura del pensamiento único y el fin del anonimato en internet. Pero aunque pueda ponerse máscaras para interactuar con sus semejantes, el ciudadano digital tiene nombre, apellido y rastro. Otra vez, esto no es nuevo porque (¡sorpresa!) todo lo que hacemos en internet queda alojado en la “big data”. La diferencia es que ya no se podrá escapar, de ninguna manera, al Gran Hermano algorítmico. Una ciudadanía digital presupone determinados derechos y deberes en internet, y probablemente, en un futuro, también involucre sanciones más duras que una bloqueo temporal en Facebook. Cuando el “internet del todo” (fase superior del “internet de las cosas”) esté literalmente en cada uno de los aspectos de nuestra vida (¿también en nuestros pensamientos?) la pregunta será cómo hacer para escapar.

 

Desarrollo sustentable.

Otro aspecto de la ideología globalista en la reforma es la insistencia en el concepto de “desarrollo sustentable”. Cito literalmente el Marco Curricular Común: “la consolidación de una educación para el desarrollo sostenible la que como objetivo de la Educación 2030 de UNESCO necesita ser promovida y vivida en las aulas”. El concepto de desarrollo sustentable es el caballo de Troya que utiliza el globalismo para viabilizar sus planes y programas. Los compromisos de desarrollo sustentable son tomados por los Estados a partir de acuerdos multilaterales y condiciona las políticas públicas. Sirven de petición de principio. Toda política estatal debe pasar por el visto bueno de las instituciones globalistas, y eso se cumple incluyendo el slogan “desarrollo sustentable” en el proyecto, así sea de manera únicamente propagandística. El desarrollo sustentable presupone que los “países desarrollados”, representados por burócratas variados y agentes de las megacorporaciones capitalistas, tienen la misión de guiar a los estados más débiles en pos del cuidado del medioambiente, pues hay que salvaguardar el planeta para las futuras generaciones (cabe preguntarse, cuando se promueve abiertamente el antinatalismo y la eugenesia: ¿las futuras generaciones de quién?) Por eso “desarrollo sustentable” no es más que un concepto cosmético que esconde la pérdida de soberanía de los Estados. La educación en desarrollo sustentable acepta e impone los conceptos e ideas globalistas y dictamina que incuestionablemente necesitamos de soluciones globales para nuestros problemas locales. Globales y “científicas”, obviamente. En promotora de esto, lamentablemente, se ha convertido la geografía escolar.

Geografía (renombrada ahora “Ciencias del ambiente” en el curso de 8vo. grado -que viene a ser 2do. de C.B-), tras la reestructuración de la reforma, tiene tres grandes “contenidos estructurantes”, a saber: Alfabetización cartográfica, Desarrollo sustentable y Ordenamiento territorial. En el nuevo programa de la asignatura define desarrollo sustentable como “… el desarrollo que busca balancear el crecimiento económico, la protección del ambiente y la equidad social. La geografía reconoce la complejidad ambiental, sus límites y potencialidades, promoviendo una alianza entre cultura y naturaleza basada en una nueva economía, reorientando los potenciales de la ciencia y la tecnología para construir una nueva cultura ética sustentable (en valores, creencias, sentimientos y saberes) que renueve los modos de vida y las formas de transformar los territorios”. Una de las conclusiones que podemos sacar de esta cita es que el concepto de desarrollo sustentable se aplica en la esfera moral, individual, donde es necesaria una “nueva cultura ética”, con una reformulación de los valores, creencias, sentimientos y saberes, aunque no se especifica nunca cuáles deberían ser. Una vez más vemos relegado, como base de la materia, a los contenidos. Los contenidos no son centrales sino que son desplazados por los sentimientos. No interesa la enseñanza de saberes objetivos, conceptuales y verdaderamente científicos porque el cometido es inocular percepciones subjetivas. Una vez más: la emoción por sobre la razón. La geografía oficia de catecismo laico en pos del desarrollo. Asimismo en la cita se habla de promover “una nueva economía” y un cambio en la orientación de la tecnociencia, cuestiones que no se pueden lograr desde un aula. Como mucho lo que se puede es promover o aceptar aquellas políticas que dicen plantear una nueva economía y un cambio en los objetivos de “la ciencia”, retórica implícita, por ejemplo, en los discursos del “Gran Reseteo” del Foro Económico Global o de la propia ONU.

Queda por avanzar en la presencia de la ideología cientificista y en la ideología de género. Será en un próximo artículo, cuando sigamos con la disección de la escuela.

 

Sobre el autor:

*Facundo Cuadro es profesor de geografía. Tiene 26 años y vive en Neptunia, con su señora Lucía y su hija Victoria. Le interesa la filosofía, la educación y el análisis geopolítico. Practica boxeo thailandés y es hincha de Peñarol. Maneja el canal de telegram “Pensamiento de ruptura”, que ya supera los 350 seguidores.

1 Comentario

  1. Nancy Chiappara

    Si ponemos atención en la “globalización” es fácil darse cuenta que buscan un individuo sin raíces. Será un individuo global desarraigado de sus costumbres, sin conocer su historia ni de dónde viene. Será un individuo “hidropónico” como le escuché decir al profesor Cuadro.
    Eliminando Historia y Geografía ya se ha formado esa personalidad “global” que tampoco conocerá lo que ha ocurrido en el mundo hasta llegar a nuestros días.
    Al desconocer otras “ideologías” confiará en el metaverso que se ha convertido en Dios. Se elimina la ESPIRITUALIDAD, no tendremos más que un cuerpo robotizado.

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