Disenso: ruptura frente a la dictadura deshumanizadora del pensamiento único.
Pensamos con palabras, que utilizamos para estructurar nuestras ideas y acercarnos a la verdad. La verdad es la realidad de las cosas, comienza diciendo Jaime Balmes en “El criterio”. Y pensar bien consiste en acercarnos a la verdad de las cosas, a la realidad, utilizando las palabras correctas. Se hace necesario aclarar términos, cribar, para que estos no se conformen de una manera mítica o meramente propagandística, para que podamos entender su esencia y utilizarlos políticamente para cambiar nuestra realidad. Es que, a decir verdad y aunque algún “filósofo” de segundo o tercer orden pueda sentirse ofendido, la filosofía no sirve para nada, no tiene un valor en sí si no tiene una proyección política. En toda filosofía, nos enseña Alberto Buela, hay un trasfondo metapolítico, y asimismo un thelos que se persigue de forma consciente o inconsciente. No es diferente para nosotros. Desde nuestra humilde posición buscamos, con aciertos y errores, ejercitar una filosofía y construir un pensamiento soberano. Se nos puede criticar, y probablemente con mucha razón, que carecemos de un sistema y que pecamos de atrevidos. Aceptamos la crítica, pero eso no debilita nuestra empresa, porque nos hemos propuesto una meta: construir nuestra Identidad Soberana.
El término que vamos a tratar, lo dice en el título, es el de “disenso”. Al contrario de lo común, donde se citan los autores que sirven de marco teórico al final, nosotros lo haremos al principio. No es porque no tengamos pensamiento propio, como algún idiota con aires de grandeza nos ha criticado, que leemos y comentamos autores. Sino todo lo contrario, tenemos pensmiento propio porque leemos, citamos y comentamos autores. Para este caso son dos los autores que nos van a ayudar a pensar: Alberto Buela Lamas, el teórico más importante sobre el tema del disenso, Argentino, criollo y peronista (para mí, un maestro) y el italiano Diego Fusaro. Buscaremos una síntesis particular de sus pensamientos, y a ellos les debemos las gracias por inculcar las ideas que han ido fermentando para lograr esta construcción.
“La historia de la humanidad es la historia del disenso” comienza escribiendo Fusaro en “Pensari altrimenti”. Disenso quiere decir “otro sentido”, tiene en su raíz el griego “dis” que significa “otro”. En latín es “dissentio” que puede traducirse también como “sentir diversamente” o “sentir alternativo”. Este sentir alternativo es siempre un sentir contra. Pero, al contrario de lo que nos quieren hacer creer, el disenso no es un pensamiento negativo. En un análisis dialéctico el disenso opera como antítesis de una tesis que es el orden constituido, sea real o simbólico, y es en sí un orden distinto y necesario para alcanzar una nueva síntesis. El disenso opera como oposición al orden antiguo que se pretende superar. Es un “otro sentido” que nace de una propuesta que se opone a lo que está dado. Esto nos recuerda al presupuesto base de la filosofía de Gustavo Bueno, que afirma que “pensar es siempre pensar contra alguien o algo”. El disenso como ejercicio filosófico parte de esta idea. Al hacerse operativo implica un “decir que no” al poder, a una situación dada o al orden simbólico predominante que determina el horizonte de sentido. En el disenso hay siempre dinámica, hay movimiento, cambio y modificación. En palabras de Fusaro: “… el gesto de disentir no se limita a la figura de la refutación y de la oposición: al contrario, niega para afirmar y destituye para restituir”. Positivamente, en el movimiento dialéctico, el disenso consiste en la afirmación de la posición que es negada, censurada, reprimida, ignorada, que se plantea como alternativa a lo dado. El disenso como forma de decir que no siempre implica una actitud activa y afirmativa, aunque suene paradójico. Es el consenso del siempre lo mismo, la actitud pasiva y fácil, la que leva a ser empujados por la corriente y dominados por la mayoría.
El disenso se encuentra en las mismas raíces del pensamiento humano. Desde el sustrato mitológico de la historia de Prometeo que roba la llama de los dioses o el comienzo del génesis, cuando Adan y Eva desobedecen el mandato de no comer del fruto prohibido del árbol del Bien y del Mal; a la alegoría fundante de la filosofía: el mito de la caverna. El mito de la Caverna se encuentra en el libro séptimo de La República de Platón. La historia describe a un grupo de personas que han vivido toda su vida dentro de una cueva, atados de pies y manos, mirando hacia una pared en la que solo pueden ver sombras proyectadas por una hoguera detrás de ellos. Estas sombras son su única realidad y creen que todo lo que hay en el mundo es lo que pueden ver en la pared de la cueva. Un día, uno de ellos es liberado y sale de la cueva, descubriendo que el mundo real es mucho más amplio y complejo de lo que imaginaban. Cuando trata de volver a la cueva para contarles a sus compañeros lo que ha descubierto, ellos no le creen y lo consideran loco. Para ellos, la única realidad son las sombras en la pared y no pueden concebir que haya algo más allá de ellas. El disidente, aquí, es aquel que ha salido de la cueva. El prisionero que sale de la cueva representa a alguien que ha visto una verdad que los demás no han visto, y que presenta un “otro sentido”. El disenso entendido desde aquí es el pensamiento crítico, una invitación a ver la realidad más allá de las apariencias y de las verdades aceptadas por la mayoría, y es fuente de aprendizaje y crecimiento personal.
Esto último nos refleja la dificultad del pensamiento disidiente, que se ve relegado frente a la hegemonía. Trae aparejadas múltiples resistencias, ya que abre el pensamiento crítico cuando permite pensar desde otras premisas, otro marco teórico. Pero, al hacerlo, busca cambiar el núcleo paradigmático, el sentido dado y compartido por la mayoría. Por eso es un pensamiento marginal. Y ahí está uno de los mayores desafíos que presenta: el de cómo romper las resistencias. Resistencias masificadas en una sociedad del espectáculo que dicta la verdad desde los medios de propaganda e ingeniería social propagandeados desde el sistema. No vamos a encontrar el disenso en primer plana ni en horario central.
No hay una sola forma de expresar el disenso. Como el Ser en la “Metafísica” de Aristóteles, “el disenso se dice de muchas maneras” pero siempre es una actitud existencial. El disenso alcanza formas múltiples: la desobediencia, la insubordinación, la resistencia, la protestas, el desacuerdo. Podríamos hablar también de “grados” de disenso, pudiendo ser el menor grado la desobediencia concreta a una ley o a un mandato por parte de una persona, y el mayor grado una revolución total que busque cambiar el sistema de raíz, pues no está de acuerdo con nada. Cuando el disenso se expresa en un carácter político comunitario es necesario un abordaje socio-histórico, ya que no es posible entenderlo sin una objetivación histórica de ese sentir alternativo. Así, una rebelión o una revolución es imposible de entender como una práctica disidente sin tener en cuenta las condiciones materiales y espirituales que llevaron a su existencia y desarrollo. Políticamente estos movimientos se transforman en un “poder destituyente” que busca quitarle fuerza o hasta destruir el orden establecido, real o simbólico, para luego plantear una nueva síntesis como “poder constituyente”.
El disenso es una virtud constitutiva de la democracia. La fortalece, al necesitar siempre la libertad de pensamiento y de expresión. Estas libertades no pueden, en una sociedad democrática, estar solo disponibles para el pensamiento homologado. “Democracia” implica tanto que el poder pertenece al pueblo como que el pueblo tiene la capacidad de ejercer el poder. A partir de esto podemos discutir si en la democracia realmente existente el poder está en el pueblo, o si en realidad decide el mercado, la técnica y la fuerza. Podemos sacar nuestra propias concluisones. El papel del pueblo es dar legitimidad, mediante los mecanismos democráticos, a los procesos de consenso que no son democráticos. Pero así el pueblo no ejerce el poder, porque la casta política que dirije los partidos políticos, que funcionan como influencer de la propaganda mediática televisada, son realmente esclavos, siervos, de los plutócratas que manejan el capital financiero. Son buenos para sacarse selfies, para tuitear y para simular disputas con otros de su misma calaña, pero no tienen una visión política y cultural clara, pues están desideologizados. Carecen de ideas políticas porque solo pueden imitar, simular, y su papel como políticos es el de bajar y hacer valer el consenso que previamente han estipulados los que realmente manejan los hilos del poder. Bien podríamos llamar este sistema, en lugar de democracia, “plutocracia financiera” (o, para los que gusten, un sinónimo criollo: “cleptocorporatocracia”). Los plutócratas son los que tienen la riqueza y que de facto manejan el mercado (mercado que no es, no fue y nunca será, por su propia ontología, “libre”), y que diseñan los consensos, su propia visión de mundo, a través de los grupos de lobby, por ejemplo el Foro económico Mundial, o el Club de Roma, o el Club Bilderberg, etc. Así crean planes y programas a aplicar en los nodos de una red que está en sintonía con sus intereses como clase dominante. Los políticos son seleccionados ad hoc para cumplir con los mandatos y simular la ruptura de izquierda y derecha. Aplican reformas que benefician a las clases dominantes, valorando cada vez más la técnica (incluso para la toma de decisiones), la cesión de parcelas de soberanía y la entrega de los bienes comunes de la población llevándose puesta la constitución; en nuestro país con un interés especial en el más preciado de nuestros bienes: el agua.
Siguiendo la propuesta de Buela, la teoría del disenso tiene una relación metapolítica y ontológica. Si la metapolítica se encarga de analizar las categorías filosóficas que subyacen al pensamiento político, entonces el disenso desde un análisis metapolítico es la categoría opuesta a la teoría del consenso, que homogeniza el pensamiento político donde todos son socialdemócratas o demoliberales. Esta socialdemocracia , metapolíticamente, acepta la antropología liberal (individualista, donde “el hombre es el lobo del hombre” y que necesita del contrato social para “ordenar” las actitudes de las personas) y, sobre todo, acepta el liberalismo económico realmente existente que es, le pese a quien le pese, “la oligarquía mundial del dinero”; un liberalismo que mercantiliza todos los aspectos de la vida humana, hasta los “excedentes conductuales”, en la nueva era del capitalismo de la vigilancia (Zuboff).
Entonces, la teoría del disenso de Alberto Buela se constituye como una respuesta a la teoría del consenso del pensador Junger Habermas, de la escuela de Frankfurt. La teoría del consenso de Junger Habermas es una teoría política y filosófica que propone que la democracia y la justicia social se pueden lograr a través del diálogo y la comunicación racional entre los ciudadanos. Según Habermas, la sociedad democrática ideal se basa en un consenso comunicativo, en el cual los ciudadanos debaten abierta y racionalmente los asuntos públicos para llegar a un acuerdo justo y equitativo. Para lograr esto, es necesario que los ciudadanos tengan acceso a información completa y objetiva, y que se les permita expresar sus opiniones libremente en un “ágora democrática” en el espacio público. Habermas en la acción comunicativa plantea las reglas y el procedimiento, los pasos a seguir para que se de el diálogo y se alcance el consenso. Pero tal cosa no existe, más que en los seminarios académicos de la “intelligentsia” paga de la universidad (y la teoría tampoco funciona en esos ámbitos, porque en el academia hay variadas luchas de poder).
Por lo tanto, la principal crítica que se le realiza a la teoría de Habermas es su falta de realismo y su excesivo idealismo. Su teoría ignora las relaciones de poder y las desigualdades que existen en la sociedad. Al centrarse en la comunicación y el consenso, se pierde de vista cómo las personas con más poder pueden imponer sus intereses y limitar la capacidad de otros para participar en la discusión. Asimismo no se tiene en cuenta los acuerdos previos de los poderosos. Esto último es lo fundante en las democracias occidentales donde el consenso de los grandes partidos transforma al voto en una formalidad, mientras todos participan en una gran coalición “estamos-todos-de-acuerdo”. Porque si bien pueden estar en desacuerdo en cuestiones parciales y secundarias, no se niegan las bases mismas del sistema, no se tocan los temas estructurales del país (que tienen que ver con la economía política: pues es que los partidos políticos están subyugados por el peso de los imperios económicos, que son los que realmente mueven el mundo al mover la economía). Esto lleva a que adoptemos la denominación de “PUNOM” (Partido Único del Nuevo Orden Mundial) donde los grandes partidos están a merced de las órdenes del poder corporativo y las organismos multilaterales de crédito. De esta manera la democracia se convierte en un mero mecanismo formal y procedimental, pero carente de esencia. La persona es reducida a ser un voto que se expresa cada 4 años. Votar es el único ejercicio de soberanía que puede realizar, y este es vacuo, porque independientemente de lo que vote, nada cambia. Se sustituye el poder del diálogo por el diálogo del poder. Porque el consenso previo ya está tomado.
El pensamiento crítico que plantea el disenso no es bien visto desde el poder, y es combatido. Se busca deslegitimar toda crítica al orden existente, sobre todo las radicales. Tal fue el caso durante la plandemia, donde por medio del terrorismo mediático se trató de cosificar a todo aquel que pretendiera plantear una interpretación alternativa a la políticamente correcta (de alta dosis de terrorismo sanitario en horario central) o poseer una decisión soberana sobre su cuerpo. Así se dio un proceso de deshumanización, donde la persona que osara contrariar el relato oficial era estigmatizado, denigrado, negados (paradójico cuando se referían a tales como “negacionistas”) y titulados como herejes bajo mote de negacionaistas, antivacunas o conspiranoicos. Tal fue el combate al pensamiento crítico que se crearon institutos por parte del poder con la única finalidad de discriminar, a partir de fundamentos pseudocientíficos y apelaciones a la autoridad, como fue el “pase verde”.
Hoy, en muchos casos, a pesar de tener la posibilidad de pensar libremente, reina el pensamiento único. El pensamiento único funciona, al decir de Buela, como un “monólogo de masas”, que se construye a partir de la sociedad del espectáculo, de la ingeniería social y de la psicopolítica. Ni siquiera se construye a partir del diálogo, como pretende la teoría de la acción comunicativa, sino que se recibe cuál credo, de forma pasiva. No es a partir del habla en un sentido tendiente a la construcción, sino a la escucha y a la vista. Esta legitimación pasiva es la que permite el simulacro. Las mafias, las logias, los lobbys de poder, etc son las que toman la decisión antes de la deliberación y la instauran.
La teoría del consenso de Buela también tiene un procedimiento para su consolidación. No parte de la nada, sino que tiene pasos a seguir que le dan una base y un sentido. El método del disenso proviene de la fenomenología, que analiza “lo que aparece” y que describe la realidad, parte de la realidad. El primer aspecto que tiene el disenso es la preferencia por nosotros mismos. Esto rompe con la autodenigración y la imitación. La preferencia de nosotros mismos es un proceso que forma parte del propio desarrollo psíquico, con el proceso de maduración, cuando en la adolescencia se disiente con los padres. No es por egoísmo que nos preferimos a nosotros mismos, sino porque como persona planteo otras respuestas, porque sé lo que creo y quiero en esta vida. Esta posición existencial es una ontología, en cuanto yo, persona, ser entregado al mundo, planteo un otro sentido al sentido hegemónico de la realidad que se ha consensuado políticamente.
La preferencia de nosotros mismos nos da un punto de apoyo y es el primer atisbo de consciencia. Es una “consciencia de”, o sea, una consciencia existencial que me enfrenta con el orden simbólico o real al que planteo mi disenso. Funciona también como consciencia de una necesidad. Esta consciencia podría juzgarse como algo plenamente subjetivo, pero no lo es. Ahí entra el segundo punto de apoyo que plantea Buela, el “genius loci”: la idiosincrasia, el espíritu del lugar, determinado por el clima, paisaje y suelo sobre el que estoy. Es el territorio, más allá de lo puramente material, sobre el cual me desarrollo, que comparto con mi comunidad y mi pueblo. Por lo tanto, la disidencia es un pensamiento que parte de uno pero está enmarcado en una identidad nacional o, incluso, civilizatoria, que nos sitúa. He ahí, por ejemplo, la importancia del idioma. El pensamiento situado se alimenta de las tradiciones nacionales, vivas, de nuestro pueblo.. A nosotros nos da la orientación la identidad oriental, primero, y la identidad iberoamericana, de la Patria Grande, en segundo. Si bien pensamos desde nuestro lugar, lo hacemos para que tenga validez universal. El pensamiento desde el territorio no significa un pensamiento encapsulado, sino que tiene pretensiones de universalidad.
La conjunción entre la preferencia de nosotros mismos y la situación del pensamiento en el territorio es la que nos conduce a un pensamiento soberano. Primero, soberano personal y, después, soberano comunitario, a distintas escalas (local, nacional y hasta continental- civilizatorio). Estos círculos, como plantea Vaz Ferreira en “Moral para intelectuales” (cap. “Sobre las patrias y el patriotismo”), se incluyen unos a otros y no se niegan, a sirven para plantear, desde la autonomía, la mejoría y el “buen gobierno”. De esta manera, estar parado sobre estas bases implica, sí o sí, una ética política. De ahí la necesidad que el disenso sea una postura ética.
Lo que viene después es la proyección de nuestro método y nuestro pensamiento hacia el mundo y sus problemas. La disensión siempre se produce sobre problemas y busca la superación del problema. Es el simulacro la verdadera manifestación del consenso, porque esconde el problema y simula su desaparición. El simulacro, siguiendo a Buela, se trata de un “como sí”, existe como sí no hubiera problema, existe como si todos estuvieran de acuerdo y así es “una negación tardía del otro disidente”. Así rompe la comunidad porque niega al otro. Pero el que exista un disenso inicial que rompe el simulacro no implica estar en desacuerdo eternamente, sino que, en el fondo, tiene la finalidad de llegar, al menos, a la concordia. Y tiene esta finalidad porque la concordia es un fin de la comunidad política y del Estado, pues se debe procurar siempre la concordia interior y la defensa exterior. Por eso no es una teoría fantástica o ideal, sino una posibilidad real de una política realista y constructiva. La función del disenso en el diálogo es ser el comienzo del diálogo. Y el diálogo debe ser entre personas, y debe ser sincero para poder romper con el simulacro y ganar soberanía.
“Aceptamos la crítica, pero eso no debilita nuestra empresa, porque nos hemos propuesto una meta: construir nuestra Identidad Soberana.” No tiene sentido nuestra existencia, si solo vamos a lo “políticamente correcto” o ser parte de “una iluminación mesiánica” , pensamos, discutimos, criticamos y aceptamos que nos critiquen, solo somos bichos pensantes, que la verdad nos queda lejos, pero aunque sea tratamos ir tras ella, aunque nunca la consigamos, la cosa está en hacer el camino.
Muy buena la columna de Facundo Cuadro.
Excelente análisis. Y lo fundamental es el diálogo sincero entre tantos otros análisis
Buen analisis, planteado en un marco abstracto