11 de septiembre de 2021
Dicen que nadie podrá olvidar la mañana del 11 de septiembre de 2001. En aquel entonces yo tenía 4 años. Mis recuerdos del momento, difusos, son de mi abuela mirando la tele y abrazándome con cara de preocupación e incredulidad, y de que mi madre llegara de trabajar horas más tarde y se siguiera hablando del atentado. No más que eso.
No volví a tener contacto con el tema hasta muchos años después.
Cuando tenía 11 años y cursaba sexto de escuela en Rivera fui beneficiario de la primera generación de computadoras ceibal. No tenía internet en casa, pero habíamos descubierto algo: si buscábamos en google “blueapple” podíamos entrar a una página que era un gran reservorio de videos que podían descargarse. Nos quedabamos después de las escuela o íbamos los fines de semana a descargar videos para ver en casa. Entre videos de Peñarol y del Cuarteto de Nos me acuerdo que, en algún momento, descargué uno sobre el 11s. No recuerdo que decía, ni cual era, pero aquello me impactó tremendamente. Demostraba que era imposible que aviones comerciales destruyeran torres que se habían hecho, justamente, para ser indestructibles. Me convenció. Emocionado le conté a Mamá, pero no me creyó. Era una pelotudez de internet que había encontrado el gurí, y nada más.
Ahí comenzó mi viaje. El acceso a esa información cambió completamente mi vida. Empecé a investigar, a buscar más y más cosas. Y lo hice. Creo que es el tema al que más tiempo le he dedicado en mi vida -peleando, en 2021, con la farsa de la plandemia-, leyendo, viendo conferencias y documentales. Leí los libros de Thierry Meyssan, de David Ray Griffin, los documentos de ingenieros y arquitectos por la verdad del 11s, los informes del físico Stave Jones, entre muchos otros. Ví la investigación de Michael Moore, Farenheit 911. Supe del desplome del WTC 7, que cayó sin que le impactara nada, exactamente igual que las torres, 7 horas después que estas. Conocí a Larry Silverstein, dueño de las torres, que al igual que sus hijos justo ese día no fue a trabajar y que un año antes había asegurado los edificios contra ataques terroristas por cientos de millones de dólares.
Entendí que el combustible de aviones no puede derretir vigas de acero. Supe que nunca se encontraron restos de un avión en el pentágono, y que no hay ni una prueba gráfica al respecto. Que tampoco estaban los pedazos del fuselaje del avión que supuestamente cayó en Shanksville, aunque sí había una bandana y un pasaporte árabe. Supe que de los culpados por el ataque algunos estaban vivos y nunca los sacaron del legajo. Estudié las relaciones entre los Bush y los Bin Laden, y que Al Qaeda tenía financiación y armamento estadounidense. Me enteré de que los militares a cargo de la seguridad nacional habían subido de rango después de todo lo que pasó y que el fenómeno no solo sirvió para justificar las invasiones a Medio Oriente, sino también para recortar las libertades del propio pueblo estadounidense y generar terror psicológico. Investigué sobre las demoliciones controladas, los testimonios que hablan de que se escucharon bombas explotar antes de los supuestos impactos, sobre la nanotermita, la teoría del las cargas termonucleares y el papel del Mossad. Y más cosas.
Demoré años en comprender por qué nadie entendía esto. Porque ni mi familia me creía. Hasta que en algún momento de mi adolescencia la cabeza me hizo click y di cuenta del papel de los medios. El documento más importante para entender por qué triunfó y sigue triunfando la versión oficial es el documental “September Clues” que hoy está censurado de youtube o facebook. Es por donde todos tienen que empezar a investigar este tema, porque es un análisis de eso que todos recuerdan y nunca olvidarán: lo que vieron en televisión. Y, lo que se vio en televisión, fue un gran montaje hecho por computadora y diseñado para confundir al mundo entero. Que, para peor, funcionó. Con ese documental hasta mamá, gran escéptica, comprendió que todo fue una mentira orquestada. Ahí entendí que la matrix se crea y se consolida a partir de los medios masivos de comunicación. Y que, para quienes viven en la matrix, es la tele la que dicta la verdad.
El 11-s fue un inside job. Fue el Pearl Harbor del siglo XXI. Son tantas las incongruencias de la versión oficial que nada se discutió y todo se barrió bajo la alfombra. Es la demostración irrefutable de que nos gobierna una élite enferma y maquiavélica que nos ve como un rebaño de ovejas idiotas. Y que, realmente, la masa es un rebaño de ovejas idiotas. Quizás la mayoría no se dió cuenta porque no lo dijo la televisión.
Facundo Cuadro
Hola, amigos. En un nuevo aniversario del autoatentado del 11s les comparto un artículo que escribí en 2020, el vídeo “September clues” (censurado por Youtube) y esta cita de Guy Debord.
El 11-s fue un gran espectáculo, una psy-ops a nivel mundial. El engaño masivo solo fue posible gracias a la televisión, y cumplió la premisa de que la realidad es aquello que está mediatizado, la opinión pública es, en verdad, opinión publicada.
11 de Setiembre “September clues”
18-
“Allí donde el mundo real se cambia en simples imágenes, las simples imágenes se convierten en seres reales y en las motivaciones eficientes de un comportamiento hipnótico. El espectáculo, como tendencia a hacer ver por diferentes mediaciones especializadas el mundo que ya no es directamente aprehensible, encuentra normalmente en la vista el sentido humano privilegiado que fue en otras épocas el tacto; el sentido más abstracto, y el más mistificable, corresponde a la abstracción generalizada de la sociedad actual. Pero el espectáculo no se identifica con el simple mirar, ni siquiera combinado con el escuchar. Es lo que escapa a la actividad de los hombres, a la reconsideración y la corrección de sus obras. Es lo opuesto al diálogo. Allí donde hay representación independiente, el
espectáculo se reconstituye.”
“La sociedad del espectáculo” de Guy Debord (1967)
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